Doy clases de español a chicas africanas en una ONG. Creo
que es por egoísmo, para sentirme mejor. Y ellas me dan clase de todo lo demás.
Por ejemplo, me enseñan que “el hombre blanco tiene reloj pero nunca tiene
tiempo” (con risas y codazos luego). También me han explicado por qué los negros
tienen los dientes más blancos que los blancos: porque mastican todo el día la
ramita de un árbol, porque no fuman, por lo general no beben y están
acostumbrados a comer mucha fruta y pescado y poca carne. Me enseñan a bailar
kuduro, aunque no les alcanzo el ritmo de cadera. A ser una groupie de Youssou N’dour y a tejer trencitas con el pelo, que te tienes
que deshacer en tu lecho de muerte porque da mal fario. Sus hijos vienen a clase
y guardan silencio. Es curioso, los niños negros lloran mucho menos que
los blancos, quizás por economía del esfuerzo, porque no les va a
servir de mucho. A cambio de mis clases de español ellas me han descubierto su
profundo sentimiento de familia, que abarca a los amigos y a los hijos de los
amigos. Me han enseñado dignidad y a no quejarme. A sentirme afortunada. Y
avergonzada de un gobierno cínico y cruel que convierte el
coste público de estas chicas y sus compatriotas en cromos para cambiar con
Angela Merkel.
Para ahorrar, ellas y los inmigrantes que no cotizan se quedan sin sanidad
gratuita, a excepción del parto, urgencias y pediatría. Antes ya se habían
quedado sin trabajo, sin buenos colegios, sin pisos dignos, sin saber qué se
siente al entrar en un restaurante, sin un buen abogado, sin contrato, sin la
mochila de Spiderman y sin vacaciones. Seguirán aguantando, porque es mejor una
mala vida aquí que una buena vida allá. Eso si nuestros políticos no acaban por
matarlos de agotamiento y hambre. Ha vuelto Darwin en versión gore. Lo
que estamos haciendo con el BOE es estrangularlos hasta que, superados por las
circunstancias, se marchen o se mueran. Solo queda limitarles la educación y
habremos acabado con ellos. Ya veréis entonces lo mucho que ahorramos.
Es lamentable que los gobiernos sigan obviando que tenemos en el cajón una
factura por pagar: hemos arrasado sus continentes aprovechándonos de su
ignorancia y no hemos movido un dedo para que puedan subsistir en sus países.
Ahora que han venido a los nuestros nos molestan. Asegurarnos de que viven con
un mínimo de dignidad no es cuestión de bondad, es una obligación moral. Por eso
cuando me los cruzo no siento pena, sino una punzada de
vergüenza.
PD: La ONG se llama Karibu (significa bienvenido). Pero hay cientos de
ellas en las que puedes colaborar, con inmigrantes o con españoles. O con
cualquiera que esté peor que tú.
Fuente: 20minutos.es
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