martes, 3 de marzo de 2015

"Me miraban como si fuera una extraterrestre"

"Gran cantidad de prejuicios pesan sobre los inmigrantes, más cuando son africanos y, sobre todo, si son mujeres", declara Hilaria Vianeke, trabajadora social angoleña.

Vianeke no emigró por necesidad, sino por amor. / L. A. Gómez


Es alegre, espontánea y muy observadora. Cuando habla, la sonrisa le da forma a sus palabras. Su discurso puede ser crítico y, al mismo tiempo, estar lleno de optimismo. Originaria de Angola, Hilaria Vianeke es una mujer comprometida con los derechos humanos, el empoderamiento femenino y la igualdad de oportunidades. Le motiva la integración social. Ya en Luanda, su ciudad, trabajaba en el ámbito de la comunicación y estudiaba en una carrera de corte humanista. Aquí, ha transformado sus conocimientos y experiencia en una herramienta para dibujar un puente entre culturas.
Hilaria llegó a Euskadi en septiembre de 2006, justo para el comienzo de clases en la Universidad de Deusto. «Yo estudiaba Antropología en mi país y estaba a punto de acabar la carrera cuando me marché -explica-. En ese proceso, averigüé cómo convalidar mis estudios y me apunté en Trabajo Social». Aunque no era exactamente igual, la carrera le permitió acercarse al fenómeno de las migraciones y trabajar en ese terreno desde distintos lugares. «Cada colectivo tiene sus características, así como unas necesidades y fortalezas propias -dice-. Pero la separación de los afectos, las añoranzas y el reto de la adaptación al cambio son cosas por las que pasamos todos».

AL DETALLE
4.207 angoleños residen actualmente en España. 417 de ellos, en el País Vasco. 0,009%es el porcentaje que representa esta comunidad sobre el total de la población del Estado.

Su vivencia personal es un ejemplo. 
«En mi caso, no existía un proyecto migratorio. Yo no tenía planes de marcharme del país. Estaba terminando mis estudios, allí estaban mis amigos, mi familia y tenía un buen empleo en el sector público; trabajaba en Radio Nacional de Angola. Es decir, no tenía la necesidad de emigrar en busca de estabilidad, prosperidad, seguridad o desarrollo. El único viaje que tenía previsto era uno a Londres, con mi hermana, para estudiar durante seis meses inglés».
Precisamente, ese proyecto cambió el curso de su historia. «Cuando estábamos en la embajada británica esperando para el visado, conocimos a un chico muy simpático al que volvimos a ver después. Él tenía un amigo vasco que un día me invitó a tomar café. Empecé a salir con este chico, que a su vez trabajaba en la embajada española, de modo que su permanencia en Angola era temporal. Salíamos mucho en plan amigos, a hacer turismo por mi país. Descubrimos juntos muchas cosas», relata.
La relación se afianzó y llegó el día en que él se debía marchar. «Antes de volver aquí, le quedaba un destino intermedio, en Bruselas. Debatimos sobre qué hacer, si quedarnos en Angola, marchar juntos a Bélgica... La decisión de irme, para mí, era muy difícil. Y me costó. De hecho, estuvimos separados unos cuantos meses. Como te podrás imaginar, mis amigos eran un poco escépticos. ‘¿De qué lo conoces? ¿Cómo sabes que no es un engaño?’, me preguntaban. Tenían una preocupación real. Y mis compañeros de trabajo, bueno... directamente me decían que estaba loca, que para qué me iba a ir».
Descubrir la diferencia
Tras mucho pensarlo, Hilaria hizo las maletas. «Nunca es fácil -señala-. En 2006, Bilbao tenía una coyuntura política concreta, a la que se sumaba un idioma nuevo para mí, el carácter de la gente y que no había muchos negros. Al principio, las personas me miraban con extrañeza, como si fuera extraterrestre -recuerda-. Y a eso hay que sumar la gran cantidad de prejuicios que pesan sobre los inmigrantes, más cuando son africanos y, sobre todo, si son mujeres». Con estos vectores presentes participa en una asociación de mujeres africanas que pretende, entre otras cosas, desmontar estereotipos. Pero también trabaja en un proyecto para Médicos del Mundo que busca promover la integración en el barrio de San Francisco. «Hago trabajo social y desempeño un papel de mediadora cultural», dice para resumir una intervención que abarca muy diversos aspectos.
«Hay asociaciones formadas que no tienen voz, que carecen todavía de programas o que tienen problemas de liderazgo. Luego está la relación entre unos colectivos y otros. Los inmigrantes también somos víctimas del desconocimiento y los estereotipos que hay sobre nosotros. De ese modo, hay recelos entre personas de un país y de otro, simplemente, por falta de conocimiento», explica. «Además, existen cuestiones muy específicas que nos preocupan y demandan toda nuestra atención, como frenar la mutilación genital femenina, crear redes de apoyo social, fomentar la formación y el acceso al trabajo o luchar contra la violencia machista. Sin duda, hay mucho trabajo por hacer y todos tenemos algo que aportar. La construcción social es un proyecto colectivo».

Fuente: elcorreo.com

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