jueves, 9 de enero de 2014

“Tenemos tierra y agua, pero la gente muere de hambre”


El activista cree que dar comida a los pobres les frena en su propio desarrollo
Moussa vende en el mercado sus propios tomates y calabacines. / ÁLVARO GARCÍA

El Hadj Mamadou Moussa (1973) comparte su casa en la capital mauritana (Nuakchot) con su mujer, sus tres hijos y otras 30 personas. Niños y mayores. Algunos van solo a comer y otros se quedan a dormir porque necesitan alojamiento. “Mi padre me inculcó el deber de compartir con otros”, dice mientras rememora que en su niñez en Wothie (población al sureste del país) vivía con 27 hermanos y las tres esposas de su progenitor, un profesor que además acogía en su hogar a medio centenar de pequeños que no tenían oportunidad de estudiar.
Para Moussa esta forma de actuar es “lógica”. Acostumbrado a enfrentarse a la pobreza, creó la Asociación Mauritana para el Autodesarrollo (Amad) tras su regreso de Túnez, donde acudió a la universidad. “Siempre quise trabajar en lo humanitario”, subraya. Por eso cuando optó a una beca para estudiar una carrera en el extranjero gracias a sus buenas notas eligió Medicina en Francia. “Me dieron Agricultura en Túnez”, ríe. Una vez allí, aunque pudo, decidió no cambiar. “El destino manda”, alega. Desde la primera clase empezó a imaginar lo que podría hacer en su país con ese conocimiento. Primero planeó crear su propia explotación agrícola. “Me di cuenta de que con técnicas y sistemas de riego, podía vivir de ello”. Pero pronto amplió esa idea. “¿Por qué lo iba a hacer solo? Podía ayudar a que otros lo hiciesen”.
“Tenemos tierra, tenemos agua del río Senegal, pero la gente se muere de hambre”, repite la frase y deja el café con leche a la mitad. “Faltan sistemas de riego, mecanización, semillas y formación”, detalla. Pese a estas carencias, el gran reto es que sus compatriotas tomen conciencia de que cultivar es una vía para salir de la pobreza: comer y vivir de su producción. “Son muy pobres y no ven la agricultura como medio de desarrollo”, lamenta. “Les facilitamos microcréditos, les dotamos de medios como autobombas y les enseñamos”, abunda. Un empujón, dice, “para que tengan el valor de decir: ‘Me quiero autodesarrollar”.
Hombre inquieto —sus manos no paran sobre la mesa—, Moussa no solo promueve la agricultura, sino que la ejerce. “Así la comprendo y doy ejemplo. Yo mismo llevo mis tomates y calabacines al mercado para venderlos. El primer día que lo hice entendí los problemas de la comercialización”, relata. ¿Qué paso? No vendió nada. Pero no se rindió. Olvidado y superado aquel episodio, defiende la agricultura como herramienta para que sean los propios mauritanos los que se ayuden a sí mismos. “Si damos la comida, las familias se quedan cruzadas de brazos y dicen: ‘Dame, dame, dame’ y no salen de la pobreza aunque posean la tierra”, explica.
Con todo, Moussa no quiere transmitir la imagen de una Mauritania que solo pasa hambre: “La mentalidad de las nuevas generaciones está cambiando. Cuando alimentarse ya no es lo importante, queremos ir de vacaciones, comprar una casa o un coche”.
También se han producido avances respecto a la igualdad. “Las mujeres ahora estudian y trabajan. Pueden tener una vivienda”. Su esposa, empleada en un hospital de Nuakchot, tiene además la tarea de entender (y atender) que su casa es de cualquiera que la necesite. Porque Moussa es así. “La sociedad es así. Donde comen cuatro comen ocho”, zanja él. Y no exagera.


Fuente: elpais.com

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