miércoles, 22 de enero de 2014

Una "especial" visión sobre el fenómeno migratorio

Hoy os dejamos un artículo de opinión (Ramón Aguadero) que nos parece francamente interesante.

Ante el fenómeno migratorio: construir un mundo mejor

En la Iglesia hemos celebrado este fin de semana la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Las diversas actividades que las diócesis llevan a cabo en estas fechas intentan sensibilizar a la sociedad en general sobre el fenómeno migratorio en claves de acogida. A la vez, ponen de manifiesto la incuestionable multiculturalidad de la sociedad española y de las mismas comunidades cristianas.


Cartel Jornada del Emigrante y del Refugiado 2014.


La preocupación del Papa ante el drama de la emigración, en especial el eco mediático que han tenido sus palabras en la isla de Lampedusa, está ayudando a que la comunidad cristiana no ponga excusas y se interpele más radicalmente por esta situación, clamorosamente contraria a los valores del Evangelio y a los más elementales derechos humanos. En la carta pastoral escrita con motivo de esta jornada, Francisco pone el dedo en la llaga al insistir en que el drama migratorio es consecuencia de los valores que rigen la economía y las relaciones sociales y entre naciones. Y nos insta a implicarnos en la consecución de una equitativa distribución de los bienes de la tierra y en la tutela y la promoción de la dignidad de todo ser humano.


Málaga, 18 de enero de 2014. Lectura de Comunicado en la Vigilia de Oración. Jornada Migraciones.


A los que acompañamos de cerca el día a día de personas inmigrantes la celebración de esta jornada nos mueve a hacer un llamamiento a la corresponsabilidad social. La realidad de las migraciones pide ser afrontada con solidaridad, compasión y justicia. Los “estragos” de la crisis, como muy bien nos ha recordado Cáritas en el último Informe Foessa, no sólo se ceban sobre los más débiles (donde se encuentra la mayor parte de la población inmigrante) sino que aumentan escandalosamente las diferencias entre pobres y ricos. Ante ello, es preocupante la criminalización e inculpación de la situación sobre las personas extranjeras. Crecen el racismo y la xenofobia, alentados por medios de comunicación que difunden visiones falsas y simplistas que culpabilizan al inmigrante y promueven que lo percibamos como una amenaza. “¡Nos quitan el trabajo!” Es la cantinela que se escucha con demasiada frecuencia. Informes como “Inmigración y Estado de bienestar en España”, de la Fundación la Caixa, ponen claramente de manifiesto la contribución que ha tenido y sigue teniendo la población inmigrante en el desarrollo económico y social de nuestro país. Otros documentos, como los elaborados por elMovimiento contra la Intolerancia, desmontan tópicos, con datos esclarecedores sobre su aportación a las arcas de la Seguridad Social, o sobre el falso discurso del cuantioso gasto sanitario que supuestamente ocasionan.

Determinadas medidas legislativas y el recorte del gasto social están contribuyendo a acentuar la vulnerabilidad de muchas personas inmigrantes. Ha crecido la irregularidad sobrevenida, al no poder renovar las autorizaciones de residencia y trabajo, y las dificultades para la reagrupación familiar. Tampoco podemos olvidar las trabas a su presencia y visibilización social, con el aumento, por parte de las fuerzas de orden público de los controles de identificación en los espacios públicos, en especial en estaciones de autobuses, intercambiadores y locutorios, y los intentos de control que han llegado hasta a las organizaciones que se ocupan de esta población, como la misma Cáritas, cuyos centros han sido visitados periódicamente solicitando información sobre los acogidos en esos centros. Llamativas son las trabas para el acceso al sistema sanitario de personas inmigrantes, incluso con graves dolencias, con casos de desatención a enfermos de SIDA o cáncer, que sólo la presión social ha conseguido sacar a la luz.

Afortunadamente, somos muchos los que seguimos apostando por construir una sociedad donde todos tengamos un lugar, iguales en dignidad y en derechos. Personas, colectivos y organizaciones que seguimos trabajando por una sociedad inclusiva y acogedora. En Andalucía, la Red Acoge, la Asociación pro-Derechos Humanos y las delegaciones diocesanas de migraciones, por citar a las de mayor recorrido histórico, hace años que denuncian el drama del estrecho y promueven la integración social de las personas inmigrantes. En la actual coyuntura, merece destacarse la Campaña “Cerremos los CIES”, y en particular, la magnífica labor que lleva a cabo el centro Pueblos Unidos de los jesuitas desenmascarando la situación en estas cárceles para personas cuyo único delito es ser extranjero y pobre. O la lucha mantenida en torno a la campaña “Salvemos la hospitalidad”, que ha llevado al Gobierno a retirar de su redacción las medidas punitivas y sancionadoras de la hospitalidad practicada “sin ánimo de lucro”.

Porque no podemos olvidar que detrás de las medidas legislativas y de las actuaciones que le siguen hay repercusiones sobre la vida de las personas. Repercusiones que, muchas veces, se traducen en sufrimiento y en muerte de inocentes. Como la de Samba Martine, fallecida en el CIE de Aluche el 19 de diciembre de 2011, enferma y sin haber sido diagnosticada, después de diez visitas a los servicios sanitarios del CIE.

Hechos como éste me llevan a recordar a los que gobiernan, especialmente a aquellos que hacen gala de ser creyentes y de estar a favor de la vida, que “todo emigrante es una persona humana y, como tal, posee derechos fundamentales inalienables que deben ser respetados por todos y en cualquier situación”. No lo digo yo, lo afirmaba Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in Veritate.

Termino este artículo mirando al sur, en concreto a la ciudad de Melilla, parte integrante de la diócesis de Málaga a la que pertenezco. Y lo hago tomando prestadas las palabras del arzobispo de Tánger, monseñor Agrelo, conocido por su implicación en la acogida de la población inmigrante subsahariana camino del sueño europeo: “No hay cuchillas que puedan intimidar más que el hambre y la miseria”.

Frente a la globalización de la indiferencia, tengo el convencimiento de que el reto más urgente que tenemos creyentes y no creyentes es poner en el centro de nuestro pensamiento y acción las necesidades de los últimos, y ser capaces de aunar esfuerzos para construir una sociedad más justa, una democracia más plena y un país más solidario.

Fuente: elpais.com

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